Descarrega gratis el llibre ‘Islàndia 2013. Crònica d’una decepció’, d’Èric Lluent

Islàndia 2013

*En les circumstàncies excepcionals que vivim per la pandèmia de Covid19 i les mesures preses pel govern espanyol decretant l’estat d’alarma i el confinament de la població [aquí podeu llegir el reial decret 463/2020], m’agradaria compartir amb vosaltres el pdf del llibre ‘Islàndia 2013. Crònica d’una decepció’, per tal que el pogueu descarregar de manera gratuïta, ara que tindreu més temps per llegir.

Descarrega gratis el llibre ‘Islàndia 2013. Crònica d’una decepció’. Autor: Èric Lluent. Barcelona, 2014.

El llibre narra el procés constituent islandès i és una introducció a la política i a l’economia de l’illa de l’Atlàntic Nord escrita des del terreny. A més, inclou una traducció al català de l’esborrany constitucional que s’havia d’aprovar l’any 2013 i que, encara a dia d’avui, continua tancat a un calaix del Parlament, malgrat els esforços dels impulsors per tornar debatre el text i substituir la Constitució vigent, de 1944.

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Desactivar el relato de la violencia en Catalunya

Existen relatos prefabricados en todos lados y para todos los gustos. Kits de interpretación de la realidad que son diseñados como propaganda para una u otra causa y que son consumidos como un sucedáneo de opinión libre e informada. No obstante, no todos los relatos presentan la misma peligrosidad, puesto que los valores y los mensajes que representan difieren según el creador y sus intenciones. Es de especial interés en la escena política española actual, precisamente por su peligrosidad, analizar el relato de la violencia en Catalunya, su origen, los nodos que participan en su difusión dentro de una red de audiencias masivas y los objetivos que persiguen aquellos que en los últimos años están alimentando la narrativa de la violencia.

Tan solo hace falta pasear por el centro de Barcelona para empezar a sospechar de que lo que se cuenta en buena parte de los medios de comunicación españoles es, siendo bondadosos, una gran exageración. La idea de una sociedad rota, al borde del estallido de un conflicto civil, en la que los de un bando y otro están esperando órdenes para liarse a tiros, sonroja a la mayoría de catalanes. Casi la totalidad de catalanes conviven con familiares, amigos y compañeros de trabajo con opiniones políticas radicalmente distintas a las suyas sin que eso suponga ni un mínimo impedimento para mantener una relación cordial o afectiva. La narrativa del conflicto violento en Catalunya provoca vergüenza ajena, hasta puede arrancar algunas carcajadas, por el patetismo de aquellos que juegan a adulterar con tintes bélicos la tensa pero pacífica realidad política catalana. No obstante, restarle importancia no ayuda a reducir la amenaza que supone para la convivencia la normalización de un discurso basado en el fomento de aquello que pretende señalar.

Los catalanes, especialmente por su movimiento obrero y sus sectores regionalistas, nacionalistas e independentistas, tienen fama de rebeldes desde tiempos inmemoriales. Un cronista del New York Tribune ya los describía así el 23 de marzo de 1908: “Barcelona podría ser descrita como la Liverpool de España. Desde un punto de vista comercial e industrial, es la ciudad y el puerto más importante de toda la península. Pero siempre ha tenido una fama poco envidiable de insubordinación a toda autoridad y de oposición a la dinastía que ocupa el trono en Madrid”. Hay que entender esto para descubrir la primera trampa del relato de la violencia en Catalunya. La discrepancia política con Madrid viene de muy antiguo, el conflicto político no es solamente un pulso moderno creado por una élite nacionalista de derechas para cubrir su corrupción, dispuesta a cualquier cosa, incluso a la violencia, para tapar sus vergüenzas.

Igualar el conflicto político a violencia, ayundándose de las distintas acepciones del término conflicto, es la base del relato del que es objeto este análisis. Por supuesto que existe un conflicto político, una inmensa discrepancia, entre Barcelona y Madrid, y también entre catalanes de distintas tendencias ideológicas. No hay nada de nuevo en eso y, de hecho, salvo pactos de las derechas nacionalistas y promesas incumplidas del centroizquierda, desde la Transición, las tensiones entre la administración central y las distintas administraciones catalanas han sido constantes, por el antagonismo de sus planteamientos y por una cuestión estructural, sobre quién y cómo debe gestionar los recursos. Esta realidad ha hecho que la prensa española se haya referido históricamente a Catalunya como un problema, poniendo el foco en el conflicto entre las dos visiones políticas que representan Barcelona y Madrid. Desde la capital del reino, se ha establecido una estrategia de comunicación que promueve un flujo de información y opinión permanente que subraya la rebeldía de los catalanes y los sitúa en el rol de instigadores del conflicto. Resumiendo, Catalunya y los catalanes son un problema.

Este flujo es flexible y dinámico y es alimentado, según conveniencia, por unos pocos medios ultraderechistas o por la opinión hegemónica del unionismo españolista, tanto de derechas como de izquierdas. El papel de esta estrategia de comunicación tuvo un rol central en los días anteriores a la diada del 11 de setiembre de 2017 y, por supuesto, en la previa del referéndum del 1 de octubre del mismo año. Fue a principios de setiembre cuando la maquinaria del relato del conflicto en Catalunya sumó un nuevo concepto que, curiosamente, más tarde coincidiría plenamente con la cuestionada interpretación de los hechos que hace la fiscalía y el juez que instruye la causa contra los presos políticos catalanes. Este nuevo concepto, esta nueva palabra a incorporar en piezas informativas y opinativas en la gran mayoría de medios fuera de Catalunya, era el de la violencia. Era la primera vez en la que se apretaba el botón del relato de la violencia en Catalunya para su uso masivo y lo que se promovió fue la idea de que ese 11 de setiembre iba a ser violento, para enmarcar el referéndum en un proceso de rebelión civil e institucional.

Antonio García Ferreras, el 10 de setiembre de 2017, declaraba en su propio medio, La Sexta: “creo que esto va a acabar con violencia y tensión en las calles”. El adalid de la televisión progresista en España sumándose a la derecha más rancia, que anunciaba un estallido violento que, como sabemos ahora, no se produjo. El Confidencial titulaba el día 9 de setiembre: “cientos de anarquistas llegan a Barcelona desde Europa en vísperas de la Diada” de los que la noticia afirmaba que habían venido para “la agitación callejera que se prepara con motivo del 1 de octubre” como “parte de la estrategia radical para tensionar la situación”. Antonio Casado, también en El Confidencial, anunciaba la mañana del día 11 que “la violencia planea sobre una Diada en forma de cruz”. ABC, 7 de setiembre, Isabel San Sebastián: “Cataluña, entre la violencia y la claudicación”. Juan Luis Cebrián en El País del 9 de setiembre: “la democracia incluye las reglas para su reforma y si alguien quiere cambiarlas al margen de ellas está abocado a la violencia. Violencia, en definitiva, aunque en grado todavía menor, fue lo que hubo en las últimas sesiones del Parlament”. Centenares de miles de catalanes se manifestaron ese día en Barcelona sin producirse ni un solo enfrentamiento, en la línea de lo que han sido históricamente las diadas.

La misma estrategia se volvió a activar pocos días después durante la celebración del referéndum del 1 de octubre. Incluso cuando el mundo entero estaba observando atónito la brutalidad de la policía española contra votantes en actitud de resistencia pasiva, la maquinaria mediática del reino seguía hablando de violencia por parte del movimiento independentista, como paso previo a la justificación de la prisión provisional de los líderes de la Assemblea Nacional de Catalunya y de Òmniu, Jordi Sánchez y Jordi Ciuxart. Ciertamente, los medios internacionales no compraron el relato oficial sino que mostraron sin cortapisas una actuación propia de un estado autoritario. “La vergüenza de Europa”, tituló la CNN. Pero lejos de abandonar la estrategia del relato de la violencia, la diplomacia española y los medios de la corte entendieron que, para que la narrativa tuviera éxito, ésta debía imponerse también en el ámbito internacional. “They talk of a ‘revolution of smiles’ but on social networks the violence is terrible” [hablan de la revolución de las sonrisas, pero en las redes sociales la violencia es terrible], declaraba Josep Borrell ante la prensa internacional, meses antes de convertirse en el nuevo ministro de Exteriores. La idea era clara: a falta de un movimiento político violento, había que convertir cualquier cosa en prueba incontestable del carácter intrínsecamente violento del independentismo.

Desde aquel otoño de 2017 se ha abierto la veda para presentar Catalunya como una tierra al borde de la guerra civil. Cualquier protesta que se salga de la normalidad tranquila y ordenada del independentismo es explicada como una acción pseudoterrorista. Los cortes de carreteras y quemas de neumáticos o los choques de bajísima intensidad con los agentes antidisturbios son presentados en buena parte de los medios estatales como prueba irrefutable de una tensión insoportable, que está dinamitando la convivencia en Catalunya. Da igual que en Francia las protestas de los chalecos amarillos hayan sido cien veces más contundentes contra las fuerzas de seguridad o que en infinitas ocasiones haya habido disturbios mucho más graves por manifestaciones o eventos deportivos en otros puntos de la geografía española. El guión está escrito, solo hay que ir sumando piezas al flujo de información para tensar absurdamente la situación, hasta convencer al espectador de que el primer muerto por el procés independenttista está al caer.

Es interesante fijarnos en la intermitencia de la intensidad de este relato según convenga a los distintos actores. Antes del consejo de ministros celebrado el 21 de diciembre en Barcelona parecía que la guerrilla estaba ya preparada para actuar a las órdenes de Quim Torra. Había incluso quien daba por hecho que habría gravísimos enfrentamientos en las calles de Barcelona y ya se había dictado sentencia sobre quién iba a ser el culpable. Por suerte, el 99% del movimiento independentista sabe detectar los intereses de los que animan la confrontación y, rápidamente, la sociedad civil y los partidos políticos se organizaron para promover movilizaciones estrictamente pacíficas. Cabe destacar y subrayar el aguante y la templanza de los principales actores del movimiento independentista, puesto que ni con la provocación de una represión propia de otro siglo jamás, a pesar del uso de un lenguaje combativo, ha hecho llamamientos a abandonar la vía pacífica, la única en la que puede ganar el relato de lo sucedido en el ámbito internacional. Después de la reunión de Pedro Sánchez y Quim Torra en Pedralbes, como por arte de magia, la intensidad del relato de la violencia volvió al mínimo cotidiano necesario para los medios más rojigualdos. 

No existe un objetivo único para la creación y la difusión de la narrativa de la violencia en Catalunya. En ella participan actores muy distintos, que van desde la ultraderecha hasta la izquierda republicana españolista. Para los poderes del Estado, aquellos que tan nerviosos se ponen cuando se les cuestiona la Transición, la postura independentista es una cuestión de Estado a la que hay que enfrentarse con fuerza y unión desde los tres poderes, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Sobre todo, el Judicial. Y para poder amedrentar a los líderes del movimiento independentista retorciendo la ley española hasta límites insospechados hay que probar la violencia. En este sentido, el relato de la violencia ayuda a convencer a los españoles de que el juicio a los líderes independentistas es justo y que la prisión preventiva es necesaria para evitar males mayores. Que la justicia internacional se haya negado a extraditar a los políticos acusados de rebelión, por no verla por ningún lado, y que tarde o temprano el Tribunal Europeo de Derechos Humanos tenga que revisar la causa no preocupa a estos sectores, puesto que el objetivo aquí es castigar. Que a nadie se le ocurra volver a intentar montar un referéndum unilateral ni mucho menos declarar la independencia.

En cambio, la ultraderecha representada por Vox y el autodenominado centroderecha, PP y C’s, tienen una agenda distinta. Desde hace tiempo coquetean con la idea de ilegalizar los partidos independentistas, una propuesta que en las próximas elecciones generales se convertirá en la promesa estrella de Vox y a la que, como siempre pasa en España, se acercarán los partidos supuestamente moderados para no perder votos. Ilegalizar partidos según sus propuestas políticas va en contra de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. En concreto, es una violación clara de los artículos 19 (libertad de opinión y expresión), 20.1 (libre asociación) y 21.3 (voluntad popular como base de la autoridad). Se trata, junto a la toma del poder de forma permanente en Catalunya, como propone José María Aznar, de la propuesta más radical y absolutamente contraria al concepto elemental de democracia. Conocedores de que en el ámbito internacional este tipo de leyes pueden ser muy cuestionadas, la única vía para la ilegalización de partidos independentistas es la supuesta violencia. El relato aquí sirve como pretexto para la violación de derechos fundamentales.

Finalmente, ciertos sectores de la izquierda republicana también se han sumado a la estrategia de dibujar Catalunya como una sociedad fracturada y liderada por personajes potencialmente peligrosos que están instigando a un conflicto civil. En este sentido, es paradigmático el último episodio en el que estos sectores aprovecharon unas declaraciones -desafortunadas- de Quim Torra en las que alababa la vía eslovena para conseguir la independencia, que supuso un conflicto bélico y 62 muertos, para reforzar la idea de que a los catalanes los están llevando a una guerra civil, y que ellos, cegados por un intenso sentimiento nacional, están dispuestos a morir por la patria. La pintura que se hizo de esas palabras fue la de un general que está preparado para dar la orden a su ejército y a sus milicias, obviando que en Catalunya no hay ni ejército ni milicias, ni armas ni munición, como sí los había en Eslovenia en 1991. Pero las narrativas, por eso de que no parten necesariamente de la realidad, tienen una capacidad de adaptación sorprendente, así que si no hay ejército, se habla de los Mossos d’Esquadra como la fuerza armada independentista bajo las órdenes del líder supremacista, y si no hay guerrilla, se presentan los CDR como grupos paramilitares y tema solucionado. El objetivo de ciertos sectores de la izquierda republicana españolista es convencer a la ciudadanía de que todo independentista es nacionalista y de que todo nacionalista es de derechas. La violencia más que una realidad palpable es una amenaza latente propia de la derecha nacionalista y cualquier sector de izquierdas que simpatice con el soberanismo es tildado de colaborador necesario de esta derecha y de potencial instigador del conflicto civil que las derechas quieren provocar en Catalunya.

Ante el peligro de la normalización de un relato hegemónico de violencia no basado en hechos reales, puesto que si algo define el movimiento independentista es su pacifismo casi religioso, es responsabilidad de los actores políticos, sociales y académicos que aprecien el rigor analítico poner el foco sobre las mentiras que sostienen tal narrativa. En el mejor de los casos, las barbaridades que se han publicado y se publicarán quedarán para los curiosos de la hemeroteca. En el peor de los casos, su difusión puede, si no conllevar un conflicto violento real, generar situaciones de tensión absurda y, más probablemente, degradar aún más nuestro sistema mediante la aceptación de sentencias y leyes que pueden poner en jaque los pilares fundamentales de una democracia tan débil como la española. Hay que desactivar de una vez por todas el relato de la violencia en Catalunya, por ardua que parezca esta tarea en la España actual.

 Èric Lluent (Barcelona, 1986)

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La transversal teoría del “conflicto civil en Catalunya”

Poco tienen en común ciertos sectores unionistas de la izquierda republicana española con el Partido Popular, Ciudadanos y Vox. Pero si en una cosa coinciden es en producir y difundir la narrativa del “conflicto civil en Catalunya”. Bajo el paraguas de esta estrategia comunicativa convergen instituciones, partidos, medios e individuos ideológicamente antagónicos que aprovechan cualquier ocasión para promocionar la teoría que afirma que el movimiento independentista y sus líderes están llevando a Catalunya hacia un conflicto civil.

Que partidos como PP, C’s o Vox se refieran a la voluntad soberana mayoritaria del pueblo de Catalunya, expresada repetidamente en elecciones y referéndums, como una unión de golpistas preocupa, pero no duele. Lo que duele es ver a líderes de opinión de la izquierda, tanto periodistas como representantes políticos, que se suman a la ficción creada por Vox, el juez Pablo Llarena y los partidos de la derecha patriótica para difundir la idea de que en Catalunya se está gestando una guerra civil e, incluso, una limpieza étnica o ideológica. Las desafortunadas palabras del presidente Quim Torra, haciendo referencia a la vía eslovena hacia la independencia (que conllevó un conflicto armado de diez días con el resultado 62 muertos), se han convertido en una auténtica mina para la prensa supuestamente moderada (y, claro está, para la caverna derechista) para crear en el imaginario colectivo la idea de un president de la Generalitat que está llamando a la lucha armada.

No hace falta ser doctorado en ciencias políticas para intuir la manipulación de sus declaraciones, puesto que en Catalunya nadie está hablando de iniciar un conflicto bélico ni nada parecido, pero la versión única es tan hegemónica en España que procuraré en este texto desmontarla punto por punto. Primero hay que ver qué declaró Quim Torra. “Los catalanes hemos perdido el miedo. No nos dan miedo. No hay marcha atrás en el camino hacia la libertad. Los eslovenos decidieron tirar adelante con todas las consecuencias. Hagamos como ellos y estemos dispuestos a todo para vivir libres”. Estamos ante un claro ejemplo del discurso nacionalista típico de Torra, repleto de palabras grandilocuentes y proclamas patrióticas vacías que despiertan el interés de muy pocos en Catalunya, puesto que se entienden como parte del teatrillo caracterizado por el miedo y la impotencia de Torra y su gobierno. Prueba de esto es la mala posición del PdeCat en las encuestas.

El mensaje de Torra empieza hablando del miedo. Ese miedo que ha generado entre la mayoría de catalanes la actuación del Estado como respuesta al referéndum del 1 de octubre de 2017. Es un miedo del que se habla poco fuera de Catalunya y que explica el por qué de la reducción de la intensidad de la movilización en las calles a pesar de que el movimiento tiene los mismos apoyos que hace un año. Torra apela a perder el miedo para aceptar que ante los catalanes soberanistas hay un Estado, como Yugoslavia en el caso esloveno, convencido de que llegado el momento debe utilizar la fuerza para frenar la secesión de un territorio. Es decir, España ha defendido desde la aprobación de la Constitución de 1978 en su artículo 8.1 lo que más tarde fue la respuesta yugoslava (utilizar a las fuerzas armadas para asegurar la sacrosanta unidad de la patria), pero ahora el que incita a la violencia es Torra por hacer referencia a la valentía del pueblo esloveno que decidió implementar el resultado de su referéndum a pesar de la amenaza yugoslava.

Ciertamente, Torra tiene un problema a la hora de escoger sus referentes históricos, más en el contexto de un ejército mediático que utilizará cualquier mensaje para alimentar la teoría del conflicto civil en Catalunya. Las palabras de Torra son vacías porque Eslovenia nada tiene que ver con Catalunya. Su torpeza, su inacción y su discurso, no obstante, no pueden justificar que ahora el líder de la derecha catalana sea unánimemente definido en España como el alentador de una supuesta lucha armada. Me parece ridículo y un insulto a la inteligencia de cualquier ciudadano siquiera insinuarlo, pero a día de hoy esta es la versión hegemónica. De La Sexta a Telecinco, de La Razón a El País, todos dan por hecho que en Catalunya hay una suerte de “bandas de disciplina paramilitar”, como se refería a los CDR el editorial de El País de este lunes, preparadas para tomar las armas en cualquier momento y empezar a ejecutar unionistas. Ahora que al gobierno socialista le interesa marcar perfil duro con los independentistas, se vuelve a activar la campaña narrativa latente del conflicto civil en Catalunya. Curioso.

¿Por qué no explican los opinadores que eslovenia disponía de fuerzas armadas antes de la declaración de independencia? Para que Torra realmente estuviera refiriéndose a la capacidad de resistencia armada de Catalunya tendría que tener armas y, ¡oh -queridos amantes de la novela bélica- no las tiene! ¿Con qué ejército iba Torra a llamar a los catalanes a las armas? ¿Qué depósito de armas está en manos de la Generalitat? En el contexto de años de movilización escrupulosamente pacífica y habiendo sufrido la brutal violencia policial del 1 de octubre, ¿qué posibilidad real hay de que todo acabe en un conflicto violento alentado por los que muy mayoritariamente se inspiran en la protesta y la resistencia pacífica?

Aunque falten las armas, la narrativa del conflicto siempre tiene resquicios para no cambiar ni una coma del guión preestablecido. A falta de ejército regular, las supuestas milicias de Torra son los CDR. Igual que el ejército de los presos políticos catalanes, lo que justifica su encarcelamiento acusados de una rebelión de la que ni un solo medio internacional informó, fue la gente que salió a protestar ante la consejería de Economía el 21 de setiembre de 2017 y aquellos que defendieron las urnas con su cuerpo y con su sangre el 1 de octubre. Las llamadas a la protesta callejera en Catalunya inspiradas en el movimiento de los chalecos amarillos francés, que generan un fuerte debate dentro de los independentistas, son interpretadas como una llamada al conflicto armado, en lugar de ser entendidas como protestas legítimas. En Catalunya los ciudadanos no pueden ni plantearse protestar o qué métodos utilizar porque detrás tienen la masa mediática hegemónica, los partidos y la justicia acusándolos de violencia, de generar tensión, de azuzar el conflicto. Violencia, tensión, conflicto, Catalunya. ¡Cuánto venden estas cuatro palabras bien mezcladas! Y cuánta mentira esconden.

Èric Lluent (Barcelona, 1986)

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Notas de prensa optimistas para un mercado laboral desalentador

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Fuente del gráfico: Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social

Maquillaje versus contexto histórico. Mientras la gran mayoría de medios de todas las ideologías muestran su preocupación por el incremento del paro en agosto, el gobierno de turno se dedica a la principal especialidad comunicativa de la élite política: el maquillaje. A día 4 de setiembre, los principales titulares de la prensa digital española fueron los siguientes: 31 de agosto de 2018: el día que más empleo se destruyó en la historia en España(El País); Agosto destruye 202.966 empleos, el peor dato desde 2008(eldiario.es); Catalunya lidera la subida del paro española en agosto(La Vanguardia); El viernes fue el día con más despidos de la historia: 15.000 personas perdieron su empleo cada hora(El Mundo); La atonía del turismo en agosto deja 47.047 parados más y 200.000 ocupados menos(Público); El paro sufre la mayor subida en agosto desde el 2011(El Periódico); La afiliación a la Seguridad Social vive su agosto más negro desde la crisis económica(ABC). En cambio, las dos notas de prensa que emitió esa misma jornada el Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social tienen un tono bastante más optimista. Aquí, los titulares: La Seguridad Social crece en 529.970 afiliados respecto a agosto de 2017y El paro registrado se ha incrementado en 47.047 personas en el mes de agosto, con los subtítulos Se han registrado 153.921 contratos indefinidos, un 33,40% más que en el mismo mes del año anteriory En los últimos doce meses el paro ha bajado en 200.256 personas, una reducción interanual del 5,92%.

¿Quién lleva razón? ¿La prensa unánimemente crítica con los datos o el gobierno socialista? Estamos ante la enésima demostración de que incluso los datos más objetivos pueden ser interpretados o manipulados según los intereses propios, algo que hacemos la inmensa mayoría de ciudadanos, periodistas e instituciones. No obstante, es fácil detectar si el emisor de un determinado mensaje lo hace con voluntad crítica o maquilladora. Que una interpretación sea crítica no significa que sea fundada, pero cuando existe tal unanimidad como el caso que nos ocupa, hay que sospechar que el gobierno tiene especial interés en silenciar conscientemente parte de la realidad y del contexto. Tras la sospecha, hay que demostrarlo, y a eso vamos. El ministerio ha ofrecido a bombo y platillo la cifra del medio millón de afiliados más en la estadística interanual del mes de agosto, dejando en un segundo plano la diferencia intermensual que supone un descenso de 202.996 personas, el mayor desde 2008. Por otra parte, el gobierno en una de las notas de prensa destaca la cifra de 18.839.814 ocupados, un número que así en frío, sin contexto histórico, no explica nada a la gran mayoría de la población. Esta cifra de ocupación es ligeramente superior a la de 2006 e inferior a la de 2007 y 2008. Es decir, pasada una década del estallido de la crisis financiera global con la caída de Lehman Brothers el 15 de setiembre de 2008 estamos a los niveles de ocupación de hace doce años. Además, los contratos de carácter indefinido, de los que el ministerio destaca que se han incrementado un 33,40% respecto al mes de agosto de 2017, suponen un preocupante 9,61% de todos los contratos firmados el pasado mes, lo cual confirma la gran precariedad e inestabilidad de la mayoría de ofertas laborales.

Una vez demostrado que las cifras escogidas por el gobierno son las más optimistas de las que se disponían y que se maquillan o silencian los datos que ofrecen un mayor contexto interpretativo, debemos señalar lo contraproducente de esta práctica tan normalizada entre los representantes institucionales. ¿En qué se ayuda al país cuando uno decora la realidad a su antojo? ¿En beneficio de quién se escriben estas notas de prensa optimistas? Hemos normalizado que los aparatos de comunicación de los partidos absorban de manera absurda los aparatos de comunicación institucional, así que a nadie sorprende ya que el gobierno de turno intente construir la mejor imagen de cara a la prensa y a su audiencia, como si de marketing de marca se tratara. Este es uno de los mayores obstáculos que impiden que España afronte sus problemas y se proyecte hacia un futuro que llegue a esperanzar a sus ciudadanos. Si la cosa no va muy muy mal, parecen pensar los responsables políticos en el Ejecutivo, intentemos ser optimistas y, como se dice en catalán, qui dies passa, anys empeny (quien días pasa, años empuja). Si los partidos quieren maquillar positiva o negativamente la realidad en campaña electoral, allá ellos y su conciencia, pero las instituciones no están para esto. Las instituciones nos representan a todos y desde ellas se debe actuar con la máxima responsabilidad, pensando en el futuro a medio y largo plazo y no en la próxima cita en las urnas. El gobierno debería estar siempre dispuesto a resolver los problemas, renunciando por principios a la propaganda.

No se trata de incentivar la alarma social, se trata de reconocer la realidad de los más desfavorecidos para que la versión gubernamental no sea un insulto en la cara de aquellos que no llegan a cubrir los gastos más básicos. Se trata de reconocer el grave problema de desempleo y de precariedad que arrastra el país desde hace demasiado tiempo y de proponer soluciones que trasciendan las agendas de los partidos políticos y sus ciclos electorales de cuatro años. Se trata de reconocer que en España existen muy pocas esperanzas de que la situación mejore. Los trabajadores de menos de 50 saben que van a tener problemas con el cobro de la pensión y es sabido entre los veinte y treintañeros que la jubilación no va a dar ni para alquilar una habitación. Saben que, o bien la familia tiene alguna propiedad, o muchos van a llegar a la vejez sin pensión, sin techo y pasando hambre. La economía española sigue estancada en un modelo que ha progresado muy poco desde la Transición, que no se ha beneficiado ni de la globalización ni del euro como se había prometido y que ha dado agigantados pasos atrás en cuestión de derechos laborales. Lo más preocupante es la falta de plan y la falta de debate público sobre esta cuestión. ¿A qué nos vamos a dedicar en un futuro? ¿Existen opciones que no estamos desarrollando? ¿Qué rol puede tener nuestra economía en la Europa y el mundo de mediados del siglo XXI? ¿Cómo garantizar que el crecimiento llegue a todos y rebajar la desigualdad? ¿Cómo se deberá adaptar la economía a las graves consecuencias del cambio climática? ¿Hay alternativa o complemento a la economía de servicios? Son cuestiones fundamentales para el futuro del país pero parece que el gobierno y la mayoría de partidos no las quieren situar en el principal foco mediático y que prefieren notas de prensa optimistas y soluciones a corto plazo.

Hay que pensar ya en la próxima década y en los años treinta, porque la inestabilidad de la economía mundial y la deuda contraída nos pueden situar pronto en un auténtico callejón sin salida. Hay que informar a la ciudadanía de los riesgos reales del sistema económico actual y hay que dar la voz a los expertos para que tengan los espacios de debate y expresión adecuados para que los gobernantes y los votantes cuenten con la mayor información disponible con el fin de construir un país con una economía fuerte y estable, que deje atrás el periodo de contratos basura, sueldos irrisorios, cobros en negro, paro de larga duración y emigración forzada. Una revolución de estas características tan solo será posible si la mayoría va a una y cree en el proyecto. Solo si dejamos de maquillar la realidad y nos sentemos todos alrededor de una mesa para afrontar nuestro futuro colectivo podremos mirarlo con esperanza. Necesitamos una Transición Económica para acabar con los tiempos del mercado laboral desalentador, de pactitos entre sindicatos y patronal, mientras los pobres y los precarios siguen al margen del sistema. Las cifras de desempleo actuales supondrían una emergencia política y económica en la mayoría de países europeos. Hay que acabar con esta idea de que España es así, de que España is different, de que no se puede hacer nada. Existen modelos de democracia participativa que serían excepcionales para impulsar un proceso político de cambio para la planificación económica a medio y largo plazo, contando con la participación de la ciudadanía, de los diferentes sectores que participan en la economía, de los representantes políticos y de los expertos. Un gran forum, una gran asamblea. Como resultado final debería nacer un plan económico para los próximos 15 o 20 años, una apuesta común para que la desesperanza, el pesimismo y el partidismo dejen de ser un lastre para nuestra economía. Aún estamos a tiempo. ¿Por qué no intentarlo?

Èric Lluent, periodista (Barcelona, 1986)

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Tardor Catalana 2018: cal no caure en el parany de la violència

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Duen un any escalfant la societat catalana des de mitjans de comunicació que quan parlen de tensió i violència no l’expliquen, sinó que la fomenten. Aquest és un dels fets més greus de la situació política que viu Catalunya des de fa un any: que hi ha un sector, polític i mediàtic, interessat en què això s’incendïi per poder entrar amb tot, encara més. És una estratègia molt atractiva per a ells, i aparentment senzilla. Tan sols cal que a quatre o cinc persones se’ls en vagi el cap per poder posar en marxa la maquinària repressiva i igualar Catalunya amb l’Euskadi dels 90. La major -diria que la única- victòria de l’independentisme en els darrers dotze mesos ha estat aquesta, mantenir la calma i allunyar-se de la violència. Un any després de l’inici de la campanya que pretenia vincular la Diada del 2017 amb un esclat violent (es va arribar a dir que quantiosos grups d’anarquistes violents havien arribat a Barcelona per incendiar-la), l’estratègia es repeteix, promocionada, ésclar, per Partit Popular i Ciutadans, amants de la piromania social i política.

Tot està preparat. Inclús el diari de referència a l’Estat ja ha trobat culpable a l’esclat violent abans que res passi. Extret de l’editorial d’El País del 29 d’agost: “ninguna de estas maniobras impedirá señalar a Torra y sus consellers como responsables si algo irreparable llega a ocurrir entre catalanes”. Ja està fet, ja està dissenyat, ja està redactat. Si això arriba a les mans, el diari moderat ja ens ha dit a tots de qui serà responsabilitat. La campanya és brutal i qualsevol que conegui la societat catalana, pensi el que pensi, sap que no representa la realitat d’una ciutadania que viu amb una serenitat sorprenent uns fets repressius i judicials sense precedents en democràcia. Fa tot just un any, vaig publicar un article, La prioritat és ara evitar un conflicte violent a Catalunya, en el que ja analitzava els avantatges que suposaria per a l’Estat espanyol l’esclat d’una revolta violenta. Però cal seguir subratllant aquesta qüestió perquè si mai passés res ja no hi hauria volta enrere i els que desitgen una Catalunya fracturada i d’ambient preguerracivilista haurien guanyat.

Em venen al cap tres punts que crec que són de vital trascendència per evitar caure en els múltiples paranys en els que els moviments socials en defensa dels presos polítics, del referèndum o a favor de la independència poden caure en les properes setamenes:

Violència física, zero: Tortosa. Ni un sol gest d’agressivitat, fugir literalment de tot allò que tingui a veure amb la violència. Hi ha grupúscles, que ni tan sols representen l’unionisme, dedicats únicament a provocar. Malgrat que en situacions en què una persona se sent violentada pot ser humà reaccionar a la defensiva, qualsevol petit gest, inclús la pròpia autodefensa, serà utilitzada i, si cal, manipulada, per retratar un moviment republicà a la deriva violenta. D’altra banda, més enllà de no alimentar l’estratègia del patrotisme espanyol més exaltat, un moviment social i polític que pretén una millora per a la societat ha de ser conscient que en ple segle XXI l’ús del recurs de la violència va en contra de la pròpia essència dels ideals que diu defensar.

Crispació, zero: calma i diàleg. Trenquem el relat dels mitjans que fomenten l’esclat violent. Fa anys que, segons la gran majoria de mitjans amb seu a Madrid, Catalunya s’està fracturant i les famílies i els amics s’estan trencant. Qualsevol català sap que la pluralitat és marca de la casa. No nego que en certs ambients la diversitat sigui escassa, però en quin sopar de Nadal no hi ha un indepe i un unionista i un dels anomenats “equidistants” compartint teca i vi i celebrant la vida? L’estratègia governamental comptava amb què després de la repressió brutal de l’1 d’Octubre i de l’empresonament dels líders socials i polítics, la cosa esclataria. Compten amb aquesta crispació. Així que, de nou, per convenciment i per estratègia, cal evitar qualsevol situació pujada de to. Diàleg, sempre que sigui possible, o silenci, Tortosa. Tortosa és l’únic camí, el que els fa més mal.

Respecte als periodistes de qualsevol mitjà de comunicació. Tan se fot que menteixin a tort i a dret. La llibertat d’expressió i d’informació és un dels pilars fonamentals de qualsevol democràcia moderna. I aquestes llibertats comencen pel lliure exercici del periodisme. Els crítics diran que alguns mitjans no fan periodisme, que fan una altra cosa. Bé, en tot cas tenen dret a fer-la i la resta a denunciar-la públicament. Però una de les imatges de tensió i intolerància que cerquen és precisament aquesta: manifestants dificultant la tasca d’un periodista. I cal evitar-ho. Perquè, a més, és inacceptable. Un dels lemes que més em van molestar de les mobilitzacions de l’any passat va ser el “premsa espanyola, manipuladora” (a banda del terrible “boti, boti, boti, espanyol el qui no boti”, missatge ridícul i xenòfob), no perquè no sigui veritat en alguns casos (la majoria, si voleu), sinó pel que amagava aquesta crítica. Què us penseu, que la premsa catalana no manipula? Que és realment independent? És, certament, un altre debat. Un debat apassionant. Però la resposta és clara: oi tant, que la premsa catalana manipula! Alguna més i alguna menys. Alguns mitjans procuren defensar la seva independència informativa i d’altres podrien ser perfectament el butlletí informatiu de determinats partits polítics. A Espanya es fa molt bon periodisme, i a Catalunya, també. I a Espanya es fa molt mal periodisme, i a Catalunya, també. Són dos àmbits comunicatius molt diferents, el català i l’espanyol, no es tracta d’igualar-los, es tracta de conservar el sentit crític cap a tots els mitjans i periodistes, que és el que s’ha de fomentar, no pas les etiquetes simplistes i propagandístiques. En tot cas, la massa enfurismada no ha de posar traves a la tasca dels periodistes, ni un pèl, ni una mica. Deixeu-nos treballar, pensem el que pensem. Avui gaudim dels canals i recursos adequats per a analitzar, criticar i senyalar la tasca dels qui manipulen i menteixen. Igual que posar o treure llaços no és el mateix, parlar o silenciar, tampoc. No s’ha de silenciar ningú. Per principis.

M’agrada pensar que el que uneix el 99% dels catalans és la cultura de la pau. Així ho penso i així es va demostrar ara fa un any. La protesta, inclús la mobilització permanent, no està renyida amb el pacifisme. De fet, és l’eina més útil dels demòcrates que cerquen una solució política i pacífica al conflicte català. No caiguem en el parany.

Èric Lluent, periodista (Barcelona, 1986)

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Politika Deluxe II: pon un franquista en tu plató

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Politika Deluxe: formato televisivo, superficial y vacío, que consiste en enfrentar en un cara a cara a dos personajes de opiniones radicalmente opuestas sobre la actualidad política con el fin único de generar tensión y morbo para incrementar la audiencia del directo y la viralidad de los productos mediáticos derivados. Así definí el año pasado en este blog esta moda televisiva que poco a poco ha ido calando en los programas de actualidad y que demuestra tener una capacidad de atracción de las masas realmente preocupante. Es la adaptación del formato Sálvame a la política española, algo que hace más pasable la actualidad parlamentaria a la audiencia que tradicionalmente ha sido más de salsa rosa.

La última evolución de este fenómeno que viene a denigrar aún más la parrilla televisiva española es la normalización de los discursos abiertamente franquistas en programas que son vistos por millones de espectadores. A raíz de la propuesta de exhumación del cadáver del dictador Francisco Franco, algunos programas de actualidad han encontrado un interesante filón para llevar el debate al esperpento absoluto: conectar en directo o invitar al plató a apologetas fascistas para que se enfrenten a un cara a cara con conocidos antifranquistas o los propios presentadores de los programas. El resultado se lo pueden imaginar: un encuentro esperpéntico en el que no sólo se blanquea una dictadura criminal, algo a lo que la derecha española ya nos tiene acostumbrados desde los setenta, sino que se alaba la figura del dictador y se niegan sus crímenes plenamente documentados.

Las dos superestrellas franquistas del verano están siendo Jaime Alonso, portavoz de la Fundación Francisco Franco, y Pilar Gutiérrez, portavoz del Movimiento por España, que van de plató en plató dando discursillos falangistas como si tal cosa fuera deseable en un país en el que jamás se ha juzgado ni a un solo responsable de los crímenes del franquismo.

En el programa de La Sexta Más Vale Tarde entrevistaron a finales de julio a Jaime Alonso. La pieza es también reproducida en la web bajo el titular Jaime Alonso: “Franco ha hecho mucho más por la democracia que los que se manifiestan en las calles”. La entrevista, convertida en un cara a cara entre la presentadora, Mamen Mendizábal, que parece sorprenderse de las afirmaciones de Alonso, se alarga 14 minutos, en los que los espectadores ven a un hombre con el busto de Franco de fondo y una bandera con el aguilucho al lado. Aquí, algunas perlas de la entrevista: “Franco es el autor de absolutamente todo lo que hoy en España es hoy posible y viable, y ustedes lo están destruyendo”, “no fue un golpe de Estado ni la Segunda República fue democrática”, “hay que decirle a los niños que si hoy tienen agua es gracias a los 280 pantanos que hizo Francisco Franco”. Todo esto en horario infantil. Y como su discurso funciona, Alonso va saltando de programa en programa y sumando minutos de apología del franquismo ofrecidos por las principales cadenas privadas.

Pero si el posado serio y contundente de Alonso no es suficiente para este denigrante espectáculo televisivo, los programas de Mediaset y Atresmedia han encontrado una mina de oro en una mujer, Pilar Gutiérrez, que dice barbaridades como que “la realidad espiritual es tan real o más que la realidad material en la que vivimos. Hay una dimensión espiritual y esa dimensión espiritual está actuando en el mundo. Y hoy estamos pidiendo a Santiago Apóstol, y le vamos a pedir el día 2 de agosto, que está en nuestro blog de volvemos.es, y lo digo para todos los oyentes católicos que hay en este programa, que hay muchísimos, hemos convocado una jornada de oración para pedir a la Reina de los Ángeles que mande a sus ángeles a proteger al Valle de los Caídos y a la tumba de Franco y a protegernos a todos los que trabajamos por la verdad y la justicia en España”. Y la van paseando por aquí y por allí para que se pelee ahora con este y ahora con el otro, y a sumar audiencia, que Gran Hermano ya no da tanto dinero.

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Ningún antifranquista debería participar de este circo mediático en el que, por mucho que se cuente con una contrapartida crítica hacia los postulados fascistas, se da una gran oportunidad a estas entidades marginales para ganar adeptos, especialmente entre los más jóvenes que pueden no tener tan claro qué pasó realmente durante la República, la Guerra Civil, el Franquismo y la Transición. Hoy mismo Pilar Gutiérrez ha justificado las amenazas de muerte a Cristina Fallarás (en Twitter le dejan mensajes como “Oye puta, no te metas con el franquismo… No querrás amanecer violada y asesinada porque eso es lo que te mereces, zorra progresista.. Eres basura de mujer, no sé como puedes tener voz en España, eres una perra imbécil”) en Telecinco: “La gente que te amenaza de muerte está en su derecho”. Querida Cristina, compañera, no vayas a estos platós. Es denigrante. Es de vergüenza. No lo necesitas y, aunque fuera por necesidad, no les des el gusto de insultarte, de amenazarte con tal impunidad ante millones de espectadores. Simplemente, no participes de este circo.

Los platós reproducen un rechazo unánime hacia estos discursos, a través de presentadores y colaboradores, que no es tan generalizado en una sociedad que ha dedicado grandes esfuerzos a blanquear la dictadura. Es decir, hay una potencial audiencia que jamás ha sentido rechazo por el franquismo y que lo último que necesita es escuchar razones para despertar o reforzar su intolerancia y su apología del fascismo. No es ético dar voz a esta gente cuando su discurso es totalmente contrario a los principios democráticos y a la verdad histórica. Los productores de estos programas no piensan en nada más que en generar audiencia y dinero. Y los directivos, ves a saber qué intereses tienen, más allá de los económicos. No hay ni un solo criterio periodístico que justifique estos invitados, ni mucho menos sus constantes apariciones, especialmente cuando se les da voz en directo y se les pregunta sobre temas de actualidad. Dar voz a estos personajes es reconocerles autoridad y España, este país en el que asesinos y torturadores franquistas siguen disfrutando de su jubilación amparados por una vergonzosa Ley de Amnistía, no está en condiciones de menospreciar el peligro real que supone la renovada y cada vez más normalizada ultraderecha neofranquista. Este circo no es ya que sea acertado o desacertado. Es, simplemente, peligroso.

Èric Lluent, periodista (Barcelona, 1986)

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La prioritat ara és evitar un conflicte violent a Catalunya

Fotografia: 29 de març de 2012. Enfrontaments entre vaguistes i Mossos d’Esquadra al centre de Barcelona durant la vaga general d’aquella jornada.

Ens trobem a les portes d’una de les setmanes més difícils de la història moderna de Catalunya. Al port de Barcelona han arribat dos creuers plens de policies espanyols, com si a la capital catalana hi hagués una revolució armada que s’hagués de sufocar. Per contra, malgrat la crispació, la violència no ha fet acte de presència, més enllà de la trencadissa d’uns vehicles de la Guàrdia Civil i de la contundència impune a la que ens tenen acostumats els Mossos d’Esquadra quan van carregar la matinada del 21 de setembre davant de la Conselleria d’Economia, deixant diversos ferits. Catalunya no viu una situació d’excepcionalitat pel que fa a la seguretat i, per tant, la presència de milers de policies de reforç és absolutament innecessària i arbitrària. És, a més, una evident declaració d’intencions: volen convertir la mobilització a favor del referèndum català en un conflicte violent. L’ambient es va esclafant mica en mica i cada cop són més els partidaris de la independència que es plantegen sortir al carrer a per totes, a plantar cara a les forces d’ocupació, a defensar la terra, com a últim recurs. Cal adonar-se que això és exactament el que volen els dirigents l’Estat espanyol. Però, per què ho desitgen?

Els avantatges d’un conflicte violent a Catalunya per a l’actual govern de l’Estat són diversos. Primer, en una situació d’enfrontament directe entre militants independentistes i els cossos de seguretat espanyols, l’Estat sempre guanyarà, per la força. Primera victòria per a ells. La segona victòria és la de la legitimitat. Davant d’una resposta violenta per part del moviment independentista o pro referèndum, el reestabliment de l’ordre sempre comptarà amb el suport de la comunitat internacional. Així, a la més minsa resposta violenta per part dels catalans, el procés d’autodeterminació quedarà automàticament desautoritzat a l’exterior. Cert és que aquest moviment no ha sumat suports rellevants a l’estranger en els darrers anys, però la tendència dels últims dies és positiva. El manteniment de la preocupació de governs i parlamentaris d’altres països europeus per les formes repressives de l’Estat espanyol passa per la contenció del conflicte en un marc pacífic. Finalment, en clau independentista, en el moment en què s’inicïi un conflicte violent als carrers de Catalunya, el suport a la independència caurà en picat. Hi ha molts ciutadans amb dubtes importants sobre aquest projecte polític, als quals els atrau la modernització del país i la millora de la seva qualitat democràtica, entre d’altres qüestions. Una regressió per part del moviment independentista farà que molts renuncïin a donar suport a aquest lluita, quedant l’independentisme en una clara minoria davant de la resta d’opcions, totes legítimes en un sistema democràtic.

Cal tenir el cap fred i entendre l’estratègia de les autoritats espanyoles amb perspectiva històrica. L’aposta de Mariano Rajoy és l’obertura d’una nova etapa, en què la violència se situi al centre del debat, no pas la política. Rajoy sap que el debat polític, el de legitimitat democràtica, el perdrà sempre davant d’una societat catalana que vol decidir el seu futur polític a les urnes. Amb l’ús de la força, els interessos de Madrid guanyarien. Fa setmanes que a molts mitjans amb seu a la capital del regne i a d’altres ciutats espanyoles s’informa sobre Catalunya utilitzant el terme violència en els redactats. Les campanyes mediàtiques tenen habitualment un origen polític i, per tant, són una bona manera d’entendre les estratègies dels partits que tenen més influència sobre els mitjans. En aquest cas, la voluntat d’alguns dirigents no podia ser més clara. De la capacitat d’entendre aquest moviment per part de l’Estat depèn no només el futur del moviment independentista, sinó, encara més important, les opcions de millora del sistema democràtic tant a Catalunya com a l’Estat. Regalar-los, amb violència, ràbia i impotència als carrers, aquest victòria seria un error tan greu que patiríem les conseqüències durant generacions, amb independència o sense. No és un moment qualsevol en la història de Catalunya i cal entendre la calma i, si voleu, certa passivita davant de les provocacions com una de les millors armes dins del nostre arsenal democràtic.

Menys crides patriòtiques a la revolució i més capacitat d’estratègia per aconseguir la nostra principal fita: votar en llibertat, i que guanyi el sí o que guanyi el no. És moment de donar respostes del segle XXI a plantejaments del segle XX. No caiguem en el parany.

Èric Lluent, periodista (Barcelona, 1986)

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Polítika Deluxe

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El cara a cara entre dos personas con posiciones ideológicas antagónicas es un formato periodístico que, moderado con pericia, puede resultar en un diálogo constructivo de gran valor informativo o, como sucede habitualmente, en un cuerpo a cuerpo superficial y vacío. Además, si la disputa tiene como protagonistas a personajes públicos, con sus perfiles prefabricados y sus delimitadas estrategias de comunicación, las esperanzas de aportar algo nuevo a la audiencia se reducen drásticamente. Despojado del interés periodístico, a este formato tan sólo le queda el morbo. El morbo del a ver qué se dirán. El morbo de a ver si se insultano a ver si llegan a las manos. Las empresas periodísticas conocen perfectamente el rédito de la discusión visceral retransmitida en directo. En las últimas décadas, el enfrentamiento irracional servido delante de las cámaras ha sido uno de los ingredientes principales de algunas de las recetas mediáticas con más éxito; El Dario de Patricia, Gran Hermano, Sálvame Deluxe.

Una de las novedades de los últimos tiempos es la reproducción de este formato televisivo, un su versión más estéril, en la cobertura informativa de la actualidad política. Es un fenómeno que ha tenido lugar en un momento histórico muy concreto en el que el discurso de la izquierda alternativa se ha normalizado a raíz de la crisis económica, el impulso de las movilizaciones del 15M y el auge de Podemos y formaciones políticas regionales similares. Además, esta moda televisiva no se entiende sin el complemento necesario de las redes sociales, puesto que su planificación y difusión no pasa tan sólo por el directo sino por la importante capacidad de generar revuelo durante las horas posteriores a la emisión mediante resúmenes y titulares virales.

La consolidación de un nuevo discurso que cuestiona el statu quo y, sobre todo, su boom electoral en las elecciones de los últimos años explica que los grandes medios hayan tenido que impulsar una estrategia ante tal cambio. Se pueden definir tres tipos de reacción por parte de las principales televisiones españolas ante la aparición de una nueva audiencia, es decir, de un nuevo perfil de consumidor publicitario. Algunos medios han optado por, mayormente, ignorar esta nueva realidad, centrándose en el entretenimiento y dejando la política para los informativos. Otros canales situados claramente en el conservadurismo han desempeñado el papel de oposición mediática, atrayendo a la audiencia más preocupada por el resurgir de la izquierda alternativa. Finalmente, algunas televisiones han aprovechado esta oportunidad para fidelizar una nueva audiencia, impulsando programación que ha ayudado a difundir un discurso crítico hacia el sistema que, generalmente, se ha identificado con Podemos y formaciones locales y autonómicas similares.

Una vez los medios audiovisuales se han adaptado a esta nueva realidad, se ha popularizado una élite de opinadores con posiciones cada vez más antagónicas y discursos planos, lo cual es una auténtica mina para explotar el morbo de los cara a cara entre personajes mediáticos, con el principal fin de conseguir audiencia. Además, a través de algunos medios digitales y de las redes sociales se ha normalizado el seguimiento de los contenidos de los medios con ideas radicalmente opuestas, ridiculizando y atacando al adversario como estrategia viral. Esto ha facilitado la mediatización de los principales opinadores de la competencia. Así, por poner un ejemplo, no es extraño encontrar noticias en El Diario sobre artículos publicados en Ok Diario y viceversa. Esta disputada entre redacciones, entre periodistas, opinadores y, también, algunos líderes políticos, ha abonado el terreno para la programación de duelos entre machitos (la mayoría de los que aceptan estos roles son hombres) con el objetivo de multiplicar los telespectadores y, como se dice en el argot digital, incendiar las redes sociales.

De un tiempo a aquí, han proliferado los cara a cara entre representantes de la izquierda alternativa, tanto políticos, como cómicos o periodistas, con los representantes mediáticos de la derecha más casposa, a saber, Eduardo Inda, director de Ok Diario, y Francisco Marhuenda, director de La Razón. A veces, el diálogo introduce algún aspecto interesante, aunque apenas se aportan nuevos datos y simplemente se reproducen los puntos de vista ya conocidos por todo el mundo, puesto que los protagonistas no son expertos o académicos sino personajes mediáticos cuyo argumentario es de sobras conocido por la audiencia. La tensión que se genera en el plató es el combustible que hará arder Twitter y Facebook, el objetivo que abrazan muchos profesionales de la información a diario en sus redacciones. El último cara a cara de éxito fue el de Pablo Iglesias y Eduardo Inda en Telecinco y los derivados virales no se hicieron esperar. El Tramabus pone cara a cara a Pablo Iglesias e Inda: los momentos más tensos de su entrevista en AR, titulaba al instante la página de Mediaset, mientras los periódicos en tromba publicaban sus artículos virales a la carrera. Enfrentamiento, bronca, tensión. Hasta Mundo Deportivo se hacía eco del cara a cara. Sintomático.

Las redes se inundan de emoticonos, los trolls salen a pasear, la mayoría de usuarios se reafirman en su forma de entender el mundo hasta que, finalmente, se calman los ánimos en la barra de bar sórdido en la que se han convertido Twitter y Facebook, a la espera de la siguiente escaramuza. El ruido genera interés y los internautas picamos, vamos al barullo a ver qué pasa. De pasar, normalmente, no pasa nada, pero la recolecta de clics es lo que cuenta en un sector en el que la innovación no pasa por la mejora de los contenidos periodísticos sino por afilar cada día más y a toda costa el anzuelo que debe atraer a los lectores/espectadores/clientes. Los cara a cara entre la izquierda alternativa y la derecha más retrógrada funcionan y parece que el auge de los últimos meses es tan sólo el inicio de una nueva tendencia televisiva y viral. Bienvenidos a Polítika Deluxe.

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Por qué dejo de colaborar con la SER y los demás medios del Grupo PRISA

Eric SERAprendí muchísimo más escuchando la SER durante mi adolescencia que en los decepcionantes años de universidad que estuve en la Facultat de Ciències de la Comunicació de la Universitat Autònoma de Barcelona. Con once o doce años estaba enganchado a La Gramola de Joaquín Guzmán, en M80 Radio, también del Grupo PRISA. Más tarde, descubrí Hora 25 con Carlos Llamas y su tropa de tertulianos. Escuchaba sus voces desde la cama, en la absoluta oscuridad, y aprendí con ellos qué era la crítica y también qué era una línea roja en periodismo. Cuando hablaban del PP o de las guerras promovidas por Occidente uno sentía pasión por el periodismo. Cuando se ponían todos a criticar de forma uniforme a los movimientos independentistas de Catalunya o del País Vasco, aunque muy joven por aquel entonces, ya me daba cuenta de que algo pasaba, de que era realmente extraño que en ese tema todos estuvieran de acuerdo cuando era obvio que los catalanes o los vascos también tenían sus razones.

Gracias a la radio y, en concreto, gracias a la SER, me enamoré del periodismo. Desde los 13 años lo tuve clarísimo. Yo quería ser periodista. Los sábados por la tarde iba a los estudios de Ràdio Barcelona a ver cómo se hacía la radio en directo. Los presentadores me veían como el niño que era, pero de vez en cuando me invitaban a sumarme a la mesa y yo decía tres palabras con la voz temblando y durante días no podía dejar de pensar que mi voz había formado parte de este entramado de comunicación tan mágico que es la radio. Esa es mi relación, idealizada por supuesto, que desde siempre tuve con Ràdio Barcelona y la Cadena SER. El Terrat, Andreu Buenafuente, Iñaki Gabilondo, Carlos Quílez, Gemma Nierga, Rosa Badia… ¿qué joven periodista no quisiera ser como ellos y ellas?

Con los años, los ídolos dejan de ser ídolos para convertirse en compañeros de profesión. El ejercicio del periodismo es un campo de batalla en el que las luchas y el cuerpo a cuerpo para defender la libertad de expresión y denunciar las injusticias que habitualmente se silencian son constantes y desgastan más de lo que cualquier oyente, lector o espectador pueda imaginar. A lo largo de mi carrera como periodista, que empecé a los dieciséis (en 2002) en Ràdio Contrabanda y que me ha llevado a colaborar con todo tipo de medios de comunicación locales, estatales e internacionales, he descubierto que, hoy más que nunca, la independencia periodística es lo que determina la calidad de los contenidos y, por lo tanto, la salud democrática de una sociedad.

En 2012 empecé a colaborar con Ràdio Barcelona semanalmente. Ya había hecho radio anteriormente, incluso dirigido y presentado un programa diario en una radio local pero lo de entrar en Ràdio Barcelona pensé que era la confirmación de que el esfuerzo y la pasión que le había puesto al asunto habían valido la pena. Os podéis imaginar lo feliz que estaba. Hacía radio en los mismos estudios a los que iba de adolescente a ver cómo se hacía un directo. El olor de la planta -2 del edificio de la calle Caspe número 6. El color amarillo de los micrófonos. SER, en azul. Y el sentimiento de empezar en una de las cunas del periodismo crítico de nuestros días (con muchos matices, lo sé, pero hace quince años muy pocos dudaban de que la SER y El País -ambos Grupo PRISA- fueran la referencia periodística del estado español).

Pero a medida que pasaban los meses y el Grupo PRISA se convertía en una empresa controlada por bancos y fondos de inversiones extranjeros, los principales medios del grupo iniciaron un decadente proceso hacia la institucionalización de la precariedad laboral (hablad con cualquier periodista del grupo y que os explique), el sesgo informativo en cuestiones económicas y políticas (si los propietarios son banqueros e inversores, os podéis imaginar por dónde van los tiros) y la devaluación periodística de sus principales marcas, como la SER o El País.

A esto se le han sumado en los últimos meses episodios que me han hecho replantear mi colaboración con los medios del Grupo PRISA. Destaco tres entre muchos otros: la persecución visceral y el ataque propagandístico continuado a Podemos desde los editoriales de El País, el silencio sobre los mensajes del Rey Felipe y la Reina Leticia a su ‘compi yogui’ imputado por las tarjetas black de Caja Madrid y el ataque de ira de Juan Luis Cebrián a raíz de la publicación de unas informaciones que lo vinculan con los papeles de Panamá. Cebrián ha echado de la SER al director de eldiario.es, uno de los medios que publica la información sobre Cebrián, y ha forzado a sus periodistas a no asistir a tertulias en medios como la Sexta o Antena3 (que también publicaron la información). Hasta aquí podíamos llegar, señor Cebrián.

Cebrián representa lo peor del sector periodístico. La podredumbre de esta profesión. Los males de unos medios controlados por la banca y en los que los periodistas somos títeres explotados sin voz ni voto. Hasta aquí, Cebrián. Usted es una caricatura de todos los males que afligen el periodismo hoy en día. Espero que también sea usted el síntoma de la decadencia de un grupo que ha traicionado a sus periodistas y a sus oyentes, lectores y telespectadores. Deseo con todo mi corazón que algún día pueda volver a pisar Ràdio Barcelona o que me sienta orgulloso de publicar en El País. Pero he tomado la decisión de no volver a hacerlo hasta que usted deje el grupo y exista una alternativa en la que los periodistas y el periodismo sean los protagonistas, y no sus intereses económicos o los de los accionistas mayoritarios del grupo.

Hasta aquí, Cebrián, hasta aquí, que en la profesión aún nos queda orgullo.

Èric Lluent, periodista (Barcelona, 1986)

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Carta de un europeo a los refugiados que agonizan a las puertas de Europa

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Queridas hermanas y hermanos,

¿Qué decir? En estos momentos se me cae la cara de vergüenza por ser europeo, por formar parte de una unión de naciones que está dando la espalda de forma tan vil a la buena gente que viene de Siria (y de tantos otros países, no olvidemos) por mero instinto de supervivencia. Nosotros también huimos de la barbarie no hace tanto. Yo nací en Barcelona, ciudad bombardeada por la aviación italiana dirigida por Mussolini, quien, por aquel entonces -finales de los ’30 del siglo XX-, colaboraba con el ejército fascista del general Francisco Franco que se sublevó contra la República democrática de España y que acabó tomando la ciudad de Barcelona en los últimos días de la Guerra Civil. En enero y febrero de 1939 miles de catalanes y españoles huyeron hacia Francia, convirtiéndonos entonces en lo que sois vosotros hoy en día: refugiados de guerra.

Los europeos deberíamos conocer muy bien el sufrimiento que generan las guerras, pero parece que ya se nos olvidó. Quizá ese es uno de los principales problemas de la situación actual, que en Europa se habla de las guerras como algo del pasado, sin que los más jóvenes (e incluso los mayores, por ganas de olvidar) entiendan que hay millones de personas sufriendo el horror de un conflicto bélico a la vuelta de la esquina. ¡Que tan propio del capitalismo esto de no mirar nunca hacia atrás! Si el dinero y las oportunidades de negocio son cosa del futuro, ¿por qué deberíamos mirar hacia el pasado? Hablando de dinero, ¿se imaginan la cara de felicidad que se les debe poner a los magnates de la multinacionales armamentísticas cuando intuyen la posibilidad de una guerra? La ley de la oferta y la demanda, dice el credo de las sociedades occidentales.

Tan sólo os quiero decir que se me retuerce el estómago al pensar en lo que os estamos haciendo pasar a las puertas de Europa. Que siento nauseas cada vez que leo, que veo o que me cuentan en primera persona vuestro absurdo sufrimiento. Que si tuviera la fuerza y la valentía necesaria me enfrentaría contra las policías europeas que os reprimen y persiguen y contra los gobiernos que construyen muros, aunque lo más probable es que acabara unos cuantos años en la cárcel acusado de terrorismo. Que cada vez que leo detalles como que os quitamos vuestras pertenencias y vuestro dinero al dejaros entrar en ciertos países o que vamos a enviar fragatas de guerra para vigilar el mar en lugar de enviar flotas de rescate, cada vez que entiendo que realmente la estrategia es cerraros las puertas y expulsaros de Europa, siento una profunda vergüenza difícil de describir. Y, como yo, hay millones de europeos a los que les entran ganas de vomitar al pensar que el mar donde nos bañamos cada verano está manchado de vuestra sangre inocente.

¿Por qué no hacéis nada para forzar a vuestros gobiernos y a la Unión Europea para que nos abran las puertas?, os preguntaréis. La respuesta es dura pero sencilla: la voluntad democrática de los europeos, como la de tantos ciudadanos de este planeta, la voz del pueblo, ya no cuenta, si es que alguna vez ha contado. Con el impulso de la Unión Europea, la banca alemana, el gobierno alemán y las instituciones políticas y financieras europeas que tan sólo representan a los más poderosos son los que deciden sobre cuestiones importantes, como lo es, sin duda, el caso de la llegada de refugiados de guerra. Cierto es que hay grupúsculos fascistas de ultra derecha que se oponen a vuestra llegada y medios de comunicación de masas que están normalizando un lenguaje con tintes racistas, llenos de prejuicios y siembran la intolerancia. Pero, a pesar de todo, los que derrocaríamos cualquier muro y os abrazaríamos como a un hermano o hermana más, por suerte, somos mayoría. Los derechos humanos más elementales no se negocian. No se dirimen en un debate repleto de intereses económicos y geopolíticos. Los derechos humanos o se respetan y se ejercen o se violan. Y Europa ha decido violarlos.

En esta situación desesperada, la demagogia es el camino fácil. Los europeos no somos el diablo, igual que tampoco vosotros lo sois. Simplemente, somos los de abajo que seguimos las normas que nos imponen los de arriba. Y de “los de arriba” los hay tanto en Europa como en vuestros países. Para ellos, somos números, estadísticas, algo muy similar a los presupuestos de una empresa. Europa se ha convertido en una gran fortaleza, con altos y peligrosos muros para que buena gente como vosotros no podáis entrar. Hay que derribar estos muros. Pero solos, ni vosotros ni nosotros lo conseguiremos. Antes, hay que derribar los muros invisibles que nos separan a todos nosotros, que separan a la gente común de Europa y de los Países Árabes, siempre con ese miedo extraño que nos tenemos los unos a los otros. Un miedo que hace que para los de arriba sea aún más fácil construir los muros físicos que estos días se erigen en la periferia europea.

Empecemos a derribar los muros con nuestras ideas, con el diálogo, con la única bandera que nos puede unir a todos: la de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Construyamos la democracia del futuro, construyamos un mundo mejor desde hoy mismo, basándonos en el respeto a la diferencia, en el conocimiento, en la reflexión pausada, en el fracaso de los prejuicios sobre los que no son exactamente como “nosotros”. Cambiemos el significado de “nosotros” para que en el mundo ya no existan “los otros”. Traduzcamos textos, tejamos redes interculturales, conectémonos por las redes sociales, hablemos libremente, derribemos el peor de los muros: la ignorancia.

A todo esto, miles de refugiados ya han fallecido, muchos otros han desaparecido y tantos otros estáis en medio de la nada, malviviendo, a la espera de que Europa os muestre su supuesta humanidad y os abrace. Ante esta situación somos tantos los europeos que nos sentimos tan impotentes que tan sólo se me ocurre deciros una última cosa: perdón.

Èric Lluent, periodista (Barcelona, 1986)

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